Faltan pocos días para las elecciones presidenciales y Argentina parece un estrafalario zoológico donde sus principales atracciones -los animales- preparan los toques finales de las estrategias con las que esperan llevarse todas las miradas y, en última instancia, los votos.
Está claro que la analogía no es perfecta. Los candidatos y candidatas no son animales, no están encerrados, nadie pagó para verlos y claramente son conscientes de lo que hacen y dicen, una característica que se reserva exclusivamente la especie humana.
Sin embargo, pese a las notables diferencias que existen entre animales y humanos, quienes aspiran a la Presidencia de la Nación encontraron -no por primera vez en la historia- un material conductor en su propia animalización, un gancho para lograr transmitir sus principales atributos de una manera convincente y efectiva.
Por eso en PinkoStudio nos preguntamos cuáles son las ventajas que tiene esta estrategia de animalización. Lo obvio, primero. Javier Milei es el león. Patricia Bullrich, un pato. Sergio Massa, con menos coherencia discursiva, un tigre. Juan Schiaretti y Myriam Bregman se salieron de la ecuación, pero con la misma intención, llevan los motes de El Gringo y La Rusa.
¿Por qué “animalizarse”?
Asociación para fácil comprensión. Los animales son reconocibles, fáciles de comprender. Y en nuestro imaginario sus características son claras. El león es el rey de la selva, líder indiscutido y cazador nato. Su rugido es potente y su melena, imponente. Todas son cualidades que, en un plano inconsciente, quiere transmitir Milei a su electorado. Por eso grita y lleva su pelo “enmelenado”. Es el ejemplo de asociación más evidente que existe entre sus pares.
El juego. La animalización también permite entrar en juego. Massa y Bullrich no tienen asociaciones directas con los tigres y patos, respectivamente. Pero su animalización les permite ingresar al chat de grupo. Massa, con menos pertinencia. Bullrich, con algún acierto, si consideramos que su animalización le permite, paradójicamente, humanizarse y “desacartonarse”. El ejemplo mejor construido, desde lo discursivo, es el de Leandro Santoro. En su última secuencia de clips, en donde un toro recorre la Ciudad de Buenos Aires, se permite jugar con su nombre y la evocación del animal que ya está presente en su nombre.
Claro que la estrategia no siempre funciona, en especial, cuando no es parte de la comunicación estratégica de cada candidato. Esto es, cuando el animal no es buscado, sino asignado. El gato que asociaron con Mauricio Macri o la yegua asociada a Cristina Fernández son dos ejemplos del efecto nocivos que la misma estrategia, a la inversa, puede tener. También es cierto que existe una contraestrategia que empieza a funcionar a partir de la primera para disuadir esos efectos y transformarlos en capital simbólico positivo.
De cualquier manera, es importante remarcar el acierto que significa, en algunas estrategias comunicacionales, la arrogación de una suerte de animal espiritual. No solo permite reclamar sus cualidades y características más distintivas como propias. También implica bajar a un plano más primitivo del discurso. Aunque su metodología apele descaradamente a nuestro inconsciente, sus resultados y efectos -que todos y todas esperan traducir en votos- son más evidente, más tangibles. En definitiva, más animales.